Ely Rafael
Primera Rosell, mejor
conocido como Alí Primera (Coro, Falcón, 31 de octubre de 1941 - Caracas,
16 de febrero de 1985) fue un músico, compositor, poeta y activista político venezolano.
Entre sus principales canciones están: "Techos de cartón",
"Abrebrecha", "Mama Pancha", entre muchas otras.
Compositor y
cantor de música de protesta. Fueron sus padres Antonio Primera y Carmen Adela
Rossell. Su padre, quien se desempeñaba como funcionario en Coro, murió
accidentalmente durante un tiroteo que se produjo durante el intento de fuga de
la cárcel de dicha ciudad de unos prisioneros (1945). A raíz de la muerte de su
padre, siendo aún muy joven Alí acompañó a su madre y a sus 2 hermanos en un
peregrinaje por diferentes pueblos de la península de Paraguaná que incluyeron
San José, Caja de Agua, donde termina su educación primaria; Las Piedras y
finalmente, el barrio La Vela, cerca de Punto Fijo. En dicho poblado, dado la
miseria que viven Alí y su familia,
De muchacho
Alí Rafael fue limpiabotas, boxeador, ciclista, fanático de las peleas de
gallo. Lo imantaba ese símbolo viviente: el gallo. Más que la competencia
hostil en las galleras de Falcón, Alí amó lo hermoso del plumaje iridiscente,
el carácter valiente del ave de pelea, su canto, su cresta dominante. Para él
representaba un signo popular de dignidad y resistencia, como bien lo simbolizó
Gabriel García Márquez en su novela “El coronel no tiene quien le
escriba”(1961).
Esa idolatría por el ave de pelea la mantuvo toda su vida, la materializó en su colección de gallos artesanales, gallitos de madera cromada, estatuillas galliformes que supo atesorar. Esa valoración la cristalizó en el golpe larense “El gallo pinto”, que compuso en homenaje a Don Pío Alvarado, maestro de la música popular de Curarigua:
“ Como lloviznaba el Lara
la voz de Pío Alvarado
es linda la madrugada
cuando ese gallo ha cantado..”
(Gallo pinto, 1980)
Esa idolatría por el ave de pelea la mantuvo toda su vida, la materializó en su colección de gallos artesanales, gallitos de madera cromada, estatuillas galliformes que supo atesorar. Esa valoración la cristalizó en el golpe larense “El gallo pinto”, que compuso en homenaje a Don Pío Alvarado, maestro de la música popular de Curarigua:
“ Como lloviznaba el Lara
la voz de Pío Alvarado
es linda la madrugada
cuando ese gallo ha cantado..”
(Gallo pinto, 1980)
En 1983 organizó “La canción bolivariana” en el estadio Luis
Aparicio de Maracaibo, donde participaron grupos y cantores de toda América,
que llegaron jubiloso a actuar, gracias al amparo de su amistad.
Alí Primera sólo logró vivir 43 años, la muerte lo sorprendió en la autopista Valle-Coche de la capital venezolana la madrugada del 16 de febrero del año 1985. Salía de grabar su canción “El lago, el puerto y su gente”, cuando su cuerpo quedó aprisionado, dilacerado entre el amasijo de fierros humeantes al que se redujo su camioneta, impactada por un auto a mucha velocidad. Esa madrugada aciaga, le tocó a su coterráneo Charles Arapé, locutor nativo de la Sierra de Coro, reconocer su cadáver en la morgue Bello Monte, y luego encender junto a Lil Rodríguez la pólvora del hecho noticioso. Latinoamérica despertaba con asombro ante el anuncio de la trágica muerte del cantor de “La patria buena”.
Sus exequias se recuerdan con una larga caravana de Caracas a Falcón entre las notas de sus canciones entonadas por estudiantes, seguidores y amigos de toda Venezuela. Fue sepultado en un cementerio humilde, de su árida provincia Paraguaná. Una extensa marcha fúnebre entre claveles rojos llevó el ataúd en hombros, con su emblemática camisa bermeja y su cadena con el rostro de Jesucristo.
Alí Primera sólo logró vivir 43 años, la muerte lo sorprendió en la autopista Valle-Coche de la capital venezolana la madrugada del 16 de febrero del año 1985. Salía de grabar su canción “El lago, el puerto y su gente”, cuando su cuerpo quedó aprisionado, dilacerado entre el amasijo de fierros humeantes al que se redujo su camioneta, impactada por un auto a mucha velocidad. Esa madrugada aciaga, le tocó a su coterráneo Charles Arapé, locutor nativo de la Sierra de Coro, reconocer su cadáver en la morgue Bello Monte, y luego encender junto a Lil Rodríguez la pólvora del hecho noticioso. Latinoamérica despertaba con asombro ante el anuncio de la trágica muerte del cantor de “La patria buena”.
Sus exequias se recuerdan con una larga caravana de Caracas a Falcón entre las notas de sus canciones entonadas por estudiantes, seguidores y amigos de toda Venezuela. Fue sepultado en un cementerio humilde, de su árida provincia Paraguaná. Una extensa marcha fúnebre entre claveles rojos llevó el ataúd en hombros, con su emblemática camisa bermeja y su cadena con el rostro de Jesucristo.
Vimos a Alí por última vez en la plaza de la urbanización La Victoria cuatro días antes del cruel desenlace, el 12 de febrero “Día de la juventud”. Cantó ante el busto de José Félix Ribas, rodeado por los habitantes de una casa que lo acobijó con amor toda su vida, la Maracaibo de Josefina y Armando Molero.
Han transcurrido casi tres décadas de esas noches de parranda en Cerros de Marín. Y a setenta años de su nacimiento, en las tardes de cielo colorado sobre la cuenca lacustre, aún se escuchan sus danzas, sus notas se esparcen y rebotan desde la rada ardiente del lago, hasta las arenas falconianas, casa de su amada Mamá Pancha; comadrona y rezandera. Llegan hasta el mismo medanal donde lo sembramos, para que siga germinando entre el cardonal y las piedras violetas de la sal.
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